El estrés y la ansiedad pueden aumentar.
La ternura y la cercanía estimulan emociones positivas y tranquilizadoras. En ausencia de ellas, la tensión y el estrés pueden dominar la situación, a veces alterando el estado de ánimo o el sueño.
Se está reorientando hacia otras áreas.
Muchas mujeres convierten esta carencia percibida en un motor: se entregan a sus carreras, sus pasiones, sus amistades o su desarrollo personal. Estas decisiones son enriquecedoras, aunque no reemplacen por completo la calidez de la conexión humana.
La soledad puede minar la confianza en uno mismo.
Vivir demasiado tiempo sin afecto ni reconocimiento puede dañar la autoestima. Uno puede llegar a dudar de su propio valor, incluso si la falta no tiene nada que ver con la incompetencia personal.
Adaptarse es posible, pero tiene un precio.
Sí, una mujer puede adaptarse a la soledad emocional. Pero este desapego a menudo tiene un precio: un entumecimiento del corazón. Aprendemos a sentirnos menos, a protegernos, a veces a costa de nuestra vitalidad interior.
La necesidad de conexión va más allá de lo físico.
La cercanía es, sobre todo, la ternura de los gestos sencillos: una mirada cómplice, un abrazo sincero, una conversación profunda, un momento compartido. Estas pequeñas muestras de afecto a menudo valen más que un largo discurso.
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