notaran la peluca.
Llegó el día tan esperado. Vestida de blanco, junto a mi prometido, en una iglesia bañada por la luz y los suaves susurros. Todo era perfecto… hasta que apareció ella.
La suegra. Nunca me había amado, y yo sabía por qué. En su mente, yo no podía darle hijos a su hijo y él merecía casarse con una mujer “sana”.
Se acercó en silencio y, de repente, sentí que me arrebataba la peluca. Su risa fuerte, casi triunfal, resonó por toda la habitación:
“¡Mira! ¡Es calva! ¡Te lo dije y no me creíste!”
Algunos rieron, otros apartaron la mirada y otros quedaron en shock. Me quedé allí, cubriéndome la cabeza con las manos, con lágrimas en los ojos. Mi prometido me abrazó, intentando consolarme, pero sentía su mano temblar. Y entonces ocurrió algo completamente inesperado, algo que enseñó una lección a todos y le abrió los ojos a mi suegra, quien más tarde se arrepentiría profundamente de lo que había hecho.
