Amelia lo tenía todo: un imperio, una exitosa empresa tecnológica y una vida de lujos. Pero lo único que todavía no le había entregado a Richard era el control total de la vasta fortuna que había heredado de su difunto padre. Habían pasado años desde que se conocieron, y durante ese tiempo, Richard había observado cada uno de sus movimientos con atención. Cuanto más profunda se volvía su relación, más se convencía de que su riqueza era su boleto al estilo de vida que siempre había anhelado. Y así, comenzó a formular su plan: eliminar a Amelia y reclamar la herencia como propia.
—“Amelia, tengo algo especial planeado para ti” —dijo Richard, su voz apenas audible entre el rugido de las hélices. Sus palabras sonaban dulces, pero sus intenciones eran todo lo contrario.
Amelia, sin sospechar el peligro, sonrió y se recostó en su asiento, admirando las impresionantes vistas debajo. Ya estaba en su segundo trimestre y se sentía agotada por el trabajo. La emoción del paseo en helicóptero era la escapada perfecta. Pero en lo más profundo de su corazón, había una inquietud que no podía explicar.
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