Historia de la madre

Las páginas están llenas de recuerdos: recetas de sopa para días de fiebre, frases que repetía para tranquilizarme, palabras de aliento que creía oír en cada campana de viento. Y, sobre todo, expresaba lo que realmente sentía.

“Eres mi ancla”, escribió. “En tu voz, encontré un hogar”. Ella lo sabía. Sabía que yo era el alma de este hogar. Que detrás de cada preocupación, había un acto de amor, una victoria invisible.

Ahora lo entiendo: aunque Artiem tenga el papel, no puede poseer la esencia de estas paredes. Fui yo quien mantuvo la casa unida. Yo quien viví mis sueños, mis miedos, mis esperanzas.

Levanto la cabeza y paso los dedos por las páginas del cuaderno. En cada palabra, aún siento su presencia. Y esta certeza crece en mi interior: puede que la casa ya no sea mía legalmente, pero estará para siempre en mi corazón…

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