La madre de la novia me puso en la peor mesa con una sonrisa burlona. “Conoce tu lugar”, dijo La madre de la novia me puso en la peor mesa con una sonrisa burlona. “Conoce tu lugar”, dijo

Mi sobrina Anna fue la primera en notarlo. Corrió hacia mí, con el velo arrastrando tras ella.
—“Tía Claire, ¿qué está pasando? ¿Por qué todos se van?” —su voz temblaba, no de ira, sino de miedo a que su día perfecto se desmoronara.

Le puse la mano suavemente sobre la suya.
—“No te preocupes, cariño. Nada de esto es tu culpa.”

La verdad era que mi conflicto nunca había sido con Anna. Ella siempre me había tratado con cariño, enviándome tarjetas escritas a mano cada Navidad, llamándome solo para saber cómo estaba. Pero su madre había cruzado la línea demasiadas veces. El insulto de esa noche había sido la gota que colmó el vaso.

Margaret se precipitó hacia mí, el rostro enrojecido.
—“¿Fuiste tú quien hizo esto?” —escupió, con la voz temblorosa.

La miré con calma.
—“Tú agradeciste a mi empresa, Margaret. Y mi empresa sigue mis órdenes.”

Por un instante, pareció que iba a desmayarse. Sus labios pintados se abrieron, pero no salió ninguna palabra. La realización la golpeó como una ola: la “tía pobre” a la que había despreciado era en realidad la persona que controlaba los hilos de su precioso evento.

Los invitados comenzaron a recoger sus pertenencias, inseguros de si quedarse o irse. Algunos reían nerviosos; otros sacudían la cabeza incrédulos. La grandeza de la noche se disolvía en caos, y el salón, antes impecable, parecía la escena de una evacuación apresurada.

Anna se aferró a mi brazo.
—“Por favor… ¿podemos arreglar esto?” —susurró.