Su padre, Tertuliano, ya viejo y enfermo, observó la transacción. Antes de morir, sujetó la mano de su hijo rechazado. “Eres mejor que yo, Bernardo”, susurró. “Mejor que todos nosotros”.
Benedita murió a los 65 años, rodeada por Bernardo, Joana y sus nietos. En su velorio, él sujetó la mano callosa de la mujer que lo salvó y lo amó. “Gracias, madre”, dijo. “Gracias por dejarme vivir”.
Así, el niño que nació para ser borrado se convirtió en la redención de la familia. Su vida demostró que el amor de una madre de alma es más fuerte que el odio y que la verdad, por mucho que se la intente ocultar, siempre encuentra su camino de regreso a la luz.
