Mi marido y mis suegros exigieron una prueba de ADN para nuestro hijo. Dije que estaba bien, pero lo que pedí a cambio lo cambió todo.

ocultar…”

“Oh, no tengo nada que ocultar”, espeté. “Pero al parecer sí: tu odio hacia mí, tu constante intromisión. Eso acabará cuando salgan los resultados. O no volverás a ver a tu hijo ni a tu nieto”.
Mark se estremeció, pero no discutió.
La prueba se hizo dos días después. Una enfermera tomó una muestra de la boca de Ethan mientras sollozaba en mis brazos. Mark también lo hizo, con expresión sombría. Esa noche, acuné a Ethan contra mi pecho, susurrándole disculpas que no entendía.
No dormí mientras esperábamos los resultados. Mark sí, en el sofá. No soportaba tenerlo en nuestra cama mientras dudaba de mí, nuestro hijo.
Cuando llegaron los resultados, Mark los leyó primero. Se desplomó de rodillas frente a mí, con el papel temblando en sus manos.
“Emma. Lo siento mucho. Nunca debí haber…”
“No me pidas disculpas”, dije con frialdad. Saqué a Ethan de la cuna y lo senté en mi regazo. “Discúlpate con tu hijo. Y luego contigo misma. Porque acabas de perder algo que nunca recuperarás”.
Pero no había terminado. La prueba era solo la mitad de la batalla. Mi plan apenas comenzaba.