Eso ayuda mucho a quienes estamos comenzando ahora continuando. A la mañana siguiente, Carlos fingió salir al trabajo como siempre, pero estacionó el auto a unas cuadras de distancia y regresó a pie. Necesitaba entender qué estaba pasando en su propia casa. Entró por la parte trasera y subió directamente a su oficina, donde instaló rápidamente algunas cámaras pequeñas que había comprado en el camino.
Durante toda la semana siguiente salía del trabajo más temprano para ver las grabaciones. Lo que descubrió lo dejó aún más perturbado. Carmen Rodríguez, de apenas 24 años, convertía cada tarea doméstica en un juego educativo. Conversaba con Valentina, sobre todo, desde los colores de la ropa que doblaba hasta los ingredientes de la comida que preparaba.
“Mira, princesa, “¿Cuántas zanahorias tenemos aquí?”, preguntaba Carmen cortando las verduras. “Una, dos, tres, cinco”, respondía Valentina aplaudiendo. “Así es, eres muy inteligente. ¿Y sabes por qué la zanahoria es naranja? No sé, tía Carmelita, porque tiene una vitamina especial que hace que nuestros ojos sean fuertes para ver todo lo bonito en este mundo. Carlos observaba estas escenas con una mezcla de gratitud y celos.
Gratitud porque su hija claramente se estaba recuperando. Celos porque él no sabía cómo crear esa conexión que parecía tan natural entre las dos. Las grabaciones también revelaron algo que lo inquietaba. Doña Dolores Martínez, la gobernanta que trabajaba en la casa desde hacía 20 años, observaba a Carmen con desconfianza constante.
La mujer de 62 años, que había ayudado a criar al propio Carlos cuando era niño, claramente desaprobaba los métodos de la empleada más joven. “Carmelita, estás pasando de los límites”, escuchó Carlos decir a Dolores en una de las grabaciones. No es tu papel educar a la niña. Le contrataron para limpiar la casa.
