Este tendón está vinculado a un músculo antiguo llamado palmaris longus, que era utilizado principalmente por primates arbóreos como lémures y monos para desplazarse de rama en rama. A medida que los humanos y los simios terrestres, como los gorilas, ya no dependen de este músculo o tendón, ambas especies han perdido gradualmente su función interna.
Sin embargo, la evolución avanza a su propio ritmo, lentamente, y aproximadamente el 90% de los humanos aún conservan este rasgo residual heredado de nuestro progenitor primate. Para determinar si usted tiene este tendón, coloque el antebrazo sobre una mesa con la palma hacia arriba. Coloque el dedo meñique junto al pulgar y levante ligeramente la mano. Si nota una banda elevada en el centro de su muñeca, tiene un tendón unido al palmar largo, aún existente.
Si no detecta este tendón, ¡está demostrando un cambio evolutivo!
De hecho, la existencia o ausencia de este tendón proporciona una conexión fascinante con nuestra herencia ancestral, ya que quienes lo poseen tienen un vínculo visible con nuestro pasado evolutivo. Quienes carecen de este tendón también proporcionan evidencia tangible de la continua evolución humana.
La forma en que nuestros cuerpos preservan evidencia de nuestra historia evolutiva continúa asombrándonos. Es interesante cómo nuestras características físicas, incluso aquellas que parecen insignificantes o anticuadas, pueden brindar una profunda comprensión de nuestra historia evolutiva.