Daniel había sido parte de un ensayo de investigación clínica que estudiaba la viabilidad de las células madre y la preservación de la fertilidad en pacientes traumatizados. Había estado extrayendo y almacenando en secreto muestras reproductivas para lo que él llamó “preservación científica”. Pero cuando se cortó la financiación del proyecto, tomó el asunto en sus propias manos, continuando los experimentos extraoficialmente.
La evidencia era condenatoria. Rastros de ADN, muestras médicas mal etiquetadas, registros de refrigeración falsificados; todo apuntaba a una conclusión horrible: Daniel había inseminado artificialmente a las enfermeras sin su conocimiento o consentimiento, usando el material genético de Michael.
Cuando fue confrontado, Daniel se derrumbó durante el interrogatorio. “No era mi intención que sucediera”, sollozó. “Quería demostrar que él todavía estaba vivo de alguna manera, que quedaba una chispa en él. Solo quería una señal”.
