Su voz corta como el hielo. “¿Te das cuenta de lo que has hecho? ¡Este traje costó más que tu vida!”
La multitud en el restaurante se giró. Algunos susurraban, otros levantaban sus celulares. En el caos, Isabella perdió la compostura. Empujó al niño, quien cayó de espaldas en un charco.
Se escuchó una exclamación ahogada. Las cámaras hicieron clic. El multimillonario, cuya imagen se basaba en la elegancia y la gracia, ahora aparecía en escena empujando a un niño sin hogar.
Pero en ese momento, algo le aceleró el corazón. En la muñeca izquierda del niño había una pequeña marca de nacimiento en forma de medialuna, idéntica a la de Liam.
Parpadeó rápidamente, sorprendida por primera vez en años.
El niño no lloró. Simplemente levantó la vista, tranquilo y tembloroso.
«Lo siento, señora», susurró. «Solo estoy comiendo lo que queda… Solo tengo hambre».
Luego se dio la vuelta, salió bajo la lluvia y desapareció entre la multitud.
Esa noche, Isabella no pudo olvidar la mirada en sus ojos, ni esa señal.
El sueño atormentaba a Isabella. Cada vez que cerraba los ojos, veía esa señal, esos ojos, tan parecidos a los de Liam. Su corazón, antes encerrado tras muros de orgullo, empezó a temblar. ¿Y si… y si su hijo no la hubiera abandonado?
Al amanecer, llamó a su asistente personal, David Miller.
«Encuentra al chico», ordenó en voz baja. «El de las fotos de ayer. Necesito saber quién es».
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