Creí que había heredado una fortuna, pero lo que encontré me dejó helado.

Mi esposa estaba gravemente enferma, postrada en cama durante meses. Cuando ya estaba cerca de la muerte, con la respiración débil, me tomó la mano con fuerza y susurró:

—Amor… no te pongas triste… en el ropero… hay cinco millones de pesos… los guardé para ti y para nuestro hijo…

Al escucharla, sentí una alegría inmensa. Toda la vida juntos, ahorrando peso por peso, y yo nunca imaginé que ella hubiera sido tan hábil para reunir una suma tan grande. Apenas cerró los ojos para siempre, las lágrimas me corrían por el rostro, pero dentro de mí encendí una pequeña esperanza: al menos tendríamos ese dinero para asegurar el futuro de nuestro hijo.