La soledad puede minar la confianza en uno mismo.
Vivir demasiado tiempo sin afecto ni reconocimiento puede dañar la autoestima. Uno puede llegar a dudar de su propio valor, incluso si la falta no tiene nada que ver con la incompetencia personal.
Adaptarse es posible, pero tiene un precio.
Sí, una mujer puede adaptarse a la soledad emocional. Pero este desapego a menudo tiene un precio: un entumecimiento del corazón. Aprendemos a sentirnos menos, a protegernos, a veces a costa de nuestra vitalidad interior.
La necesidad de conexión va más allá de lo físico.
La cercanía es, sobre todo, la ternura de los gestos sencillos: una mirada cómplice, un abrazo sincero, una conversación profunda, un momento compartido. Estas pequeñas muestras de afecto a menudo valen más que un largo discurso.
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