HIJO MILLONARIO VUELVE DE VIAJE Y ENCUENTRA A LA MADRE PIDIENDO COMIDA A LOS VECINOS… LO QUE ELLA REVELA…

—Yo también pensé que era raro —continuó Lúcia—. Pero hace unas tres semanas la vimos cada vez más flaquita, caminando por ahí con un plato en la mano. La semana pasada vino a mi puerta… pedía si no me sobraba un plato de comida porque estaba con mucha hambre. Mauricio, estaba temblando.
El mundo se le puso borroso. Tres semanas. Tres semanas de hambre y él sin sospechar nada. Revisó rápido su celular: ningún mensaje, ninguna llamada perdida de su madre. Rareza total. Ella siempre lo llamaba, aunque fuera solo para preguntarle si estaba comiendo bien.

—¿Dónde está ahora? —preguntó, con un hilo de voz.

—La vi hace como veinte minutos caminando hacia la casa de Mariana, allí al final de la calle.

Mauricio prácticamente salió corriendo. Cada paso le pesaba toneladas. Doblando la esquina, bajo la luz amarilla del poste, la vio: una figura encorvada, extremadamente delgada, con un vestido que le quedaba grande y un plato vacío entre las manos temblorosas. Era su madre, pero parecía haber envejecido años en quince días.

—¡Mamá! —gritó él, con un nudo en la garganta.

Maria das Dores se giró despacio. Cuando lo vio, los ojos se le llenaron de lágrimas de inmediato. El plato casi se le resbaló. Dio un pasito hacia atrás, como si quisiera esconderse.

—Mauricio… hijo… volviste —susurró, avergonzada.

En ese instante, el collar de perlas dejó de tener sentido. Mauricio corrió y la abrazó con toda su fuerza. Sintió los huesos marcados bajo la tela, el cuerpo temblando, el llanto contenido de semanas explotando en sollozos contra su pecho. Ella repetía entre lágrimas:

—Perdóname, hijo, perdóname por avergonzarte así…