HIJO MILLONARIO VUELVE DE VIAJE Y ENCUENTRA A LA MADRE PIDIENDO COMIDA A LOS VECINOS… LO QUE ELLA REVELA…

Y él solo pensaba una cosa: el avergonzado era él. Lo que estaba a punto de descubrir esa noche no solo rompería su corazón, sino que también lo obligaría a elegir entre su matrimonio y la mujer que le había dado la vida.

Llevaron a Maria a la cocina de Mariana, donde la vecina ya los esperaba con un plato de sopa caliente. Maria se sentó despacio, como si cualquier movimiento pudiera quebrarla. Tomó la cuchara con manos trémulas y empezó a comer despacio, saboreando cada bocado con la devoción de quien hace mucho que no ve comida de verdad. Las lágrimas le corrían por las mejillas y se mezclaban con el caldo. Mauricio, sentado a su lado, le sostuvo la otra mano.

—Mãe, ¿qué está pasando? ¿Por qué no me llamaste? —preguntó, tratando de controlar la voz.

Ella bajó la mirada, consumida por la vergüenza.

—Intenté llamarte, hijo… muchas veces. Pero tú nunca contestabas. Pensé que estaba molestando, que estabas muy ocupado…

Mariana se acercó con el celular viejo de Maria en la mano. La pantalla estaba rota y casi no prendía. A través del ordenador de la vecina, Mauricio logró entrar a la cuenta de su madre. Lo que vio ahí le heló la sangre: decenas de mensajes enviados, todos con el mismo tono desesperado, y un registro de llamadas intentadas una y otra vez.

“Hijo, no tengo comida en casa.”
“Hijo, tengo miedo.”
“Hijo, por favor, llámame.”
Mauricio sintió que le arrancaban algo por dentro. Entonces revisó su propio teléfono. En configuración encontró la explicación: el número de su madre estaba bloqueado. Bloqueado. Él nunca habría hecho algo así. Sabía exactamente quién lo había hecho: Viviane, su esposa, que tenía acceso a sus contraseñas. Un pensamiento oscuro se abrió paso en su cabeza: ¿hasta dónde había llegado ella?

—Mãe, necesito que me cuentes todo —dijo, ya con tanto dolor como rabia—. Desde el principio.

Maria suspiró, retorciendo las manos en el regazo.

—Empezó hace como cuatro meses. Tú habías viajado a aquel congreso… Viviane vino a casa, dijo que iba a cuidar de mí mientras estabas afuera. Al principio fue amable, traía compras, preguntaba si necesitaba algo. Después empezó a cambiar. Decía que yo gastaba demasiado, que tú mandabas dinero pero yo no sabía administrar. Me pidió mi tarjeta, mis contraseñas… dijo que se encargaba de todo “por mi bien”.

Mauricio apretó los dientes. Él conocía mejor que nadie lo cuidadosa que era su madre con el dinero. Maria continuó:

—Un día puso candado en la despensa, dijo que había ratas. Empezó a controlar la comida, el jabón, hasta el papel higiénico. Yo pensé: “Tal vez Mauricio está pasando dificultades y no quiere preocuparme”. No quería causar problema, hijo.

Mariana fue a un armario y sacó una bolsa plástica.

—Dona Maria me pidió guardar esto —explicó—. Tenía miedo de que Viviane lo encontrara.

Dentro había un cuaderno escolar viejo, de tapa dura. Mauricio lo abrió. Era un diario, lleno de la letra temblorosa de su madre. Leyó en voz alta:

“Hoy Maurício llamó preguntando cómo estoy. Le dije que todo bien. La verdad es que solo comí pan viejo. Viviane dijo que la feria estaba cara.”

Pasó la página.