Cada noche él la envolvía en su manta y le contaba historias de su tribu mientras las estrellas pintaban mapas de esperanza en el cielo infinito. La reserva Apache se extendía en un valle protegido, donde las montañas formaban un círculo natural de defensa. Cuando llegaron, polvorientos y exhaustos, fueron recibidos con curiosidad cautelosa por los miembros de la tribu de Ayana.
Una mujer mexicana en territorio apache era algo sin precedentes, pero la forma en que Aana la presentó como su compañera elegida llevó peso suficiente para garantizar al menos una oportunidad. Itsel, la curandera principal de la tribu, era una mujer de 60 años con ojos que parecían ver más allá de las apariencias superficiales.
Cuando examinó a Paloma por primera vez, sus manos arrugadas se detuvieron sobre su vientre con expresión pensativa. “Esta mujer lleva medicina dormida”, declaró en Apache, traducido posteriormente por Aana. Los doctores blancos no entienden que algunos espíritus necesitan despertar gradualmente, como flores que solo florecen en la estación correcta.
Los primeros meses en la reserva fueron de adaptación gradual. Paloma aprendió las costumbres a Paches, ayudó en la preparación de alimentos y medicinas y lentamente se ganó el respeto de las mujeres de la tribu. Su conocimiento de medicina occidental, combinado con la sabiduría ancestral que Itzell le enseñaba, creó tratamientos más efectivos que beneficiaron a toda la comunidad. Fue durante el cuarto mes de su nueva vida que Paloma comenzó a notar cambios sutiles en su cuerpo.
Primero fueron las náuseas matutinas, que inicialmente atribuyó a la adaptación a una dieta completamente diferente. Después llegó una fatiga inexplicable que la hacía quedarse dormida durante las tardes calurosas. Pero cuando sus pechos comenzaron a doler y su ciclo mensual se retrasó, una posibilidad impensable comenzó a tomar forma en su mente.
“No puede ser”, murmuró una mañana mientras se examinaba frente al pequeño espejo de metal pulido en su tipi. El doctor Ramírez dijo que era imposible. Aana la encontró sentada junto al río que corría cerca del campamento con lágrimas corriendo silenciosamente por sus mejillas. Sin decir palabra, se sentó a su lado y esperó. Después de años de dolor, Paloma había aprendido a confiar en la paciencia de este hombre extraordinario.
“Creo que estoy embarazada”, susurró finalmente, como si decirlo en voz alta pudiera hacer que la posibilidad se desvaneciera como humo. “Pero no entiendo cómo es posible. Todos los médicos, todos los años de intentar, Ayana tomó sus manos temblorosas entre las suyas.
La medicina de mi pueblo enseña que el amor verdadero puede despertar fuerzas que han estado dormidas durante años. Tu cuerpo no estaba roto, Paloma. Solo estaba esperando al hombre correcto para crear vida nueva. Itzel confirmó lo que ambos esperaban y temían creer. Después de un examen cuidadoso que incluyó hierbas especiales para leer los signos del cuerpo, la anciana curandera sonrió con una satisfacción profunda. La semilla ha encontrado tierra fértil.
anunció a la tribu reunida esa noche alrededor del fuego ceremonial. La mujer mexicana llevará en su vientre un niño que será puente entre dos mundos. La noticia se extendió por el campamento como ondas en agua quieta.
Algunos miembros de la tribu lo vieron como una bendición, una señal de que los espíritus aprobaban la unión entre Aana y Paloma. Otros expresaron preocupación sobre un niño mestizo en un mundo que ya era suficientemente hostil hacia su pueblo. Pero para Paloma nada más importaba, excepto el milagro que crecía dentro de ella.
