La Sinhá Tuvo Trillizos y Mandó a la Esclava Desaparecer con el que Nació Más Oscuro

Llamaron a Benedita, una esclava de 40 años, cuya piel retinta estaba marcada por cicatrices de azotes. Subió las escaleras crujientes con el corazón acelerado. Al entrar al cuarto, Doña Sebastiana le entregó un envoltorio de paños manchados.

“Llévalo lejos. Nunca regreses”, ordenó Amelia, con voz temblorosa pero firme. “Puedes desaparecer con él. Yo di a luz, pero él no es mi hijo”.

Benedita miró el rostro dormido del bebé. Era pequeño, inocente. Supo de inmediato lo que significaba: el niño tenía piel morena y el señor Tertuliano Cavalcante, el coronel, no debía sospechar.

Con el bebé envuelto contra su pecho, Benedita cruzó el patio de café bajo la luz de la luna. Sus pies descalzos se hundían en la tierra roja. Sabía que si volvía con ese niño, la azotarían hasta morir. Si obedecía y lo dejaba, cargaría ese peso en el alma.

Caminó horas hasta una chavola abandonada en los límites de la selva. Las paredes de barro estaban cubiertas de musgo y el suelo de tierra estaba húmedo. Benedita se arrodilló y colocó al bebé sobre una manta vieja. “Merecías más, hijo mío”, lloró, usando esa palabra que no sería verdad. Algo dentro de ella se rompió.

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Regresó a la casa grande justo al amanecer. Sus manos temblaban cuando escuchó el tropel de caballos en el patio. Su sangre se heló. El coronel Tertuliano Cavalcante había llegado antes de lo esperado.

“¿Dónde está mi esposa? ¿Nacieron los niños?”, gritaba, ebrio de ansiedad.

Era un hombre alto, de bigotes tupidos y mirada dura. En el pasillo se cruzó con doña Sebastiana. “¿Y bien, doña Sebastiana, cuántos?”, preguntó, sujetándola del hombro.

La partera respondió sin pensar: “Tres, coronel. Fueron tres niños trillizos”.