La Sinhá Tuvo Trillizos y Mandó a la Esclava Desaparecer con el que Nació Más Oscuro

Se giró y vio a Amelia llorando en la varanda. Algo se rompió dentro de él.

“Este niño es un Cavalcante”, declaró Tertuliano. Todos quedaron en silencio. “Tiene mi sangre. La sangre no se esconde”. Miró a Benedita. “Sálvaste a mi hijo. Mi esposa quiso matarlo. Por eso, estás libre. Te doy la libertad, y a tu hija también”.

Benedita y Joana lloraron de alivio.

El coronel se giró hacia Bernardo, quien temblaba. Se arrodilló frente a él. “Eres mi hijo, ¿entendiste? No eres menos que nadie. Quien diga lo contrario, hablará conmigo”.

Bernardo, confundido, miró a Benedita. Ella asintió, sonriendo entre lágrimas. “Ve, hijo mío. Vive la vida que siempre fue tuya”.

Los años siguientes fueron de transformación. Bernardo Cavalcante fue aceptado en la casa grande. Estudió con sus hermanos, aprendió a leer y a tocar el piano. Creció dividido entre dos mundos: el heredero de la casa grande y el hijo de la senzala que visitaba a Benedita y Joana, ahora mujeres libres. Nunca olvidó de dónde vino, y eligió ser un puente, no un muro.

A los veinte años, Bernardo tomó una decisión. Vendió su parte de la herencia Cavalcante y usó todo el dinero para comprar la libertad de decenas de esclavos de la hacienda.