Las encuestas de la época mostraban una profunda división en la opinión pública: algunos consideraban la sentencia demasiado severa, otros demasiado indulgente.
Entre el dolor y la premeditación
La vida de Marianne Bachmeier ya estaba marcada por profundas heridas. Su padre había sido miembro de las Waffen-SS, ella misma había sufrido abusos y había dado a dos de sus hijos en adopción antes de criar sola a Anna, su tercera hija.
Años más tarde, en 1995, reconoció que sus acciones no habían sido puramente impulsivas. Admitió haberlas premeditado, afirmando que quería evitar que Grabowski volviera a mancillar la memoria de su hija en el juicio.
Un final trágico
