Primero, se realiza una identificación precisa, garantizando así que no haya confusión. A continuación, se retiran todos los dispositivos metálicos o electrónicos, ya que no soportarían las altas temperaturas. Finalmente, el cuerpo se coloca en un ataúd ligero de madera, diseñado para descomponerse de forma natural.
Es una fase marcada por la calma y la profesionalidad, donde cada acción tiene su propósito.
El corazón del proceso: calor y transformación
El ataúd se coloca en una cámara especialmente equipada, donde la temperatura puede alcanzar aproximadamente 900 °C . Contrariamente a la creencia popular, no todo sucede instantáneamente.
Los tejidos más blandos desaparecen gradualmente, mientras que los huesos se transforman lentamente bajo la influencia del calor. Al final del ciclo, queda una sustancia mineral transparente, similar a un polvo frágil.
Tras un periodo de enfriamiento, los restos se depositan en un dispositivo llamado crematorio, que los reduce a cenizas finas y homogéneas. Este polvo blando y simbólico se entrega a la familia en una urna cuidadosamente sellada.
El ser humano detrás de la tecnología: una profesión discreta pero esencial

Detrás de cada cremación hay una supervisión profesional, atenta a cada detalle. El asistente regula la temperatura, supervisa el correcto desarrollo del proceso y garantiza que todo se realice con la máxima dignidad.
